La búsqueda de vida fuera de nuestro planeta

A veces me viene a la memoria una de las viñetas del gran Perich, agudo observador de la vida y las costumbres de los pretenciosos seres que poblamos el planeta Tierra. En ella un personaje pregunta: “¿Crees que habrá seres inteligentes fuera de la Tierra?”, y recibe la más sagaz e irónica de las respuestas: “¡Claro!, no van a ser todos como nosotros”.

Pero, ¿Por qué nos hacemos preguntas tan difíciles de responder? ¿Por qué invertimos tanto esfuerzo en buscar las respuestas? Se atribuye al escalador G. Mallory una frase definitiva cuando se le pidió que explicase por qué era importante escalar el Everest: Porque está ahí, dijo. Y es que el ser humano tiene en sus cromosomas el instinto de la exploración, de la investigación, necesita llegar al fondo de las cosas y desvelar todos sus misterios. Hay aún muchas preguntas por contestar, y cuando encontramos respuestas,  lo habitual es que nos topemos con nuevas preguntas. 

El tema que nos ocupa es especialmente complejo porque el trabajo de investigación ha de realizarse en condiciones muy precarias, en la mayor parte de las ocasiones

Viking. Aterrizó en Marte en 1976
para buscar indicios de vida.

valiéndonos de la luz que nos llega de los cuerpos que tratamos de estudiar y, en el caso de objetos del Sistema Solar, mediante mini laboratorios instalados en sondas enviadas a ellos, bien sea orbitándolos o posándose en su superficie.

¿Qué es la vida?

La cuestión del personaje de Perich es una de esas que exige establecer prioridades. 

El primer paso sería encontrar en otro lugar del Universo los componentes que, debidamente combinados, han sido capaces de generar la vida que conocemos. Esta etapa ha sido ya cubierta puesto que se han encontrado aminoácidos esenciales para la vida en asteroides, cometas y en el polvo interestelar. 

A continuación tenemos que encontrar alguna forma de vida pero para ello debemos saber qué características tiene lo que se busca. Y es que definir qué es vida no es un asunto baladí. Hasta ahora sólo podemos buscar vida tal como la conocemos en nuestro planeta porque, aunque probablemente haya otras muchas formas de originar sistemas químicos autorreplicativos, no resulta fácil saber cómo identificarlos. Una definición inespecífica pero generalmente aceptada es la del bioquímico Gerald F. Joyce a principios de la década de 1990: «Un ser vivo es un sistema químico y automantenido que puede realizar evolución darwiniana», que fue adoptada por el Instituto de Astrobiología de la NASA(NAI), fundado en 1998. La astrobiología es una rama de la ciencia muy joven cuyo objetivo principal es el estudio del origen, la evolución y la distribución de la vida en el Universo. España se interesó muy pronto por el tema y creó el Centro de Astrobiología en 1999, siendo el primero fuera de Estados Unidos en conseguir el estatus de Centro Asociado al NAI.  

En todo caso, hay tres características que son inherentes a la vida. Un ser vivo: 

    • está definido en su entorno, es decir compartimentado, 

    • sufre procesos metabólicos,

    • es capaz de replicarse.

La polémica sigue en vigor sobre si los virus son seres vivos, pues no se pueden replicar por sí mismos, ni tienen un metabolismo, aunque están formados por moléculas similares. 

Lo que es seguro es que gracias al trabajo que está realizando la ciencia para encontrar vida fuera de nuestro planeta, la astrobiología está ayudándonos a entender mejor qué es y cómo es la vida aquí. 

¿Hay vida más allá?

Miles de galaxias vistas por el telescopio espacial James Webb

Es más que probable que la vida, algún tipo de vida, también se haya generado en otros lugares del Universo. Sería muy presuntuoso por nuestra parte pensar que somos los únicos seres vivos en las centenares de miles de millones de galaxias que se estima que existen. Como dijo Carl Sagan: “Si estuviéramos solos sería un gran desperdicio de espacio”. 

Por tanto lo más sensato es empezar por el principio, así que veamos si podemos detectar la existencia de vida en otro cuerpo celeste a través de observaciones indirectas, o analizando el terreno por medio de robots-laboratorio enviados al efecto. Mejor aún, traigamos muestras a la Tierra para analizarlas aquí con equipos y métodos más precisos y fiables.  

No podemos olvidar que es extraordinariamente importante que nos aseguremos de que cualquier posible detección de materia orgánica no se produce por un error en la esterilización de las sondas que nosotros mismos enviamos y que han contaminado el lugar. Del mismo modo hay que evitar que algún contaminante exterior llegue hasta nosotros y nos afecte. En el año 1967 se firmó en Naciones Unidas el Tratado del Espacio Exterior y, desde finales de la década de 1970, se creó el Comité de Investigación Espacial (Committee on Space Research, COSPAR). La protección planetaria incluye un conjunto de procedimientos y medidas que tienen como objetivo evitar, no sólo la contaminación de nuestro planeta por algún tipo de vida extraterrestre traída hasta aquí, sino la que podamos producir en los lugares visitados debido a la llegada no intencionada de vida microscópica en los robots de exploración. Hasta tal punto se cuida este aspecto, que la sonda Cassini, enviada a estudiar Saturno y sus lunas, fue estrellada contra el planeta al final de su misión para evitar que cayera fuera de control sobre alguna de esas lunas que, potencialmente, podrían albergar algún tipo de vida, particularmente Encélado y Titán. El mismo procedimiento se siguió con la sonda Galileo en Júpiter, sobre todo para proteger a Europa.

Sin embargo ya empieza a haber dudas entre los científicos sobre si se debe ser tan estricto con las medidas de protección planetaria, y en algunos sectores se está proponiendo la suavización de las restricciones que actualmente impiden la llegada de robots de exploración a algunas regiones de Marte, con objeto de que se pueda detectar cuanto antes la posible presencia de vida endógena en ellas. En realidad es bastante probable que los humanos no tardemos mucho en llegar allí y entonces los microorganismos que nos acompañen comenzarán a intentar colonizarlo, a pesar de que los astronautas se muevan por su superficie utilizando trajes espaciales aparentemente estancos y herramientas teóricamente esterilizadas.

Puesto que ya sabemos cómo funciona la vida en nuestro planeta, los residuos que ésta genera, y los requerimientos que exige para su desarrollo, se está llevando a cabo una metódica búsqueda de posibles indicadores de vida en el exterior desde la superficie terrestre y desde el espacio, por medio de telescopios ópticos, radiotelescopios, espectrógrafos y otros instrumentos diseñados ad hoc. 

A finales del siglo XX se confirmó la existencia de un planeta orbitando otra estrella de nuestra galaxia (1995. Michel Mayor y Didier Queloz), y desde entonces han sido identificados y confirmados cerca de 5.000 exoplanetas, muchos de ellos gracias a sondas que tienen como objetivo su detección e identificación (COROT, KEPLER). En 2013 la ESA envió al espacio la sonda GAIA, que tenía como meta la toma de datos astrométricos, fotométricos y de velocidad radial de mil millones de estrellas de la Vía Láctea, cifra superada con creces en 2022, y que está proporcionando tanta información que serán necesarios muchos años para interpretarlos en su totalidad. Los datos enviados por GAIA también han servido para identificar miles de nuevos planetas extrasolares, algunos de los cuales ya han sido confirmados. 

Es muy importante conseguir saber cuáles de esos exoplanetas se encuentran en lo que se conoce como “zona de habitabilidad”, definiendo así a la órbita u órbitas que se sitúan a una distancia tal de la estrella que permita la existencia de agua líquida. Demasiado cerca el agua se evapora, y demasiado lejos se congela.

También se han enviado laboratorios a otros cuerpos del Sistema Solar para investigar sobre el terreno haciendo experimentos que puedan detectar alguna actividad biológica similar a la que se encuentra en nuestro entorno. El primero y más conocido fue el que llevaron en 1976 a Marte las dos naves Viking de la NASA, en el que tuvo una participación destacada el español Joan Oró, y que obtuvo resultados aún hoy en cuestión. Después de meses de análisis de los datos obtenidos se cerró la investigación indicando que no eran concluyentes, aunque esa decisión sigue siendo considerada precipitada por algunos científicos. 

Desde entonces muchas naves se han posado en Marte con instrumentos diseñados para estudiar el entorno y evaluar sI allí se dan las condiciones necesarias para el desarrollo de la vida, pero ha sido 45 años más tarde, en 2021, cuando la NASA ha incluido en una de sus naves, Perseverance, un instrumento que examina el espectro de muestras superficiales para conocer su composición y encontrar, si existen, compuestos orgánicos. 

El metano es un indicador de la existencia de vida porque este se genera principalmente como subproducto de su actividad. En la atmósfera marciana fue descubierto en la primera década del siglo XXI y, desde entonces, observaciones desde suelo marciano por el rover Curiosity de la NASA y desde la órbita del planeta rojo por ExoMars de la ESA, han mostrado gran variabilidad espacial y temporal, lo que implicaría emisiones activas de ese gas desde la superficie. Un estudio publicado en Geophysical Research Letters por el equipo de ciencia de Curiosity, sugirió que el metano podría estar siendo emitido desde las primeras capas de regolito –capa de roca suelta y fragmentos minerales que cubren un fondo rocoso sólido–, o transportado rápidamente a la superficie desde reservorios situados a más profundidad a través de fracturas en el terreno. De todo lo anterior se deduce que la sola detección de ese gas no implica necesariamente la existencia de materia orgánica en el lugar.

Perseverance está llevando a cabo la primera fase de un experimento que permitirá analizar muestras de suelo marciano en laboratorios terrestres. Se trata de taladrar el suelo en distintas ubicaciones y colocar la roca y el polvo resultante en unos cilindros herméticos que serán recogidos en los próximos años por otra nave (Mars Sample Return, 2026)  y traídos a la Tierra para ser estudiados en laboratorios especializados. En 2019 la nave espacial japonesa Hayabusa 2 recolectó muestras del asteroide Ryugu en las que se detectaron más de 20 aminoácidos esenciales para la vida. 

Mediante fotos tomadas por el telescopio Hubble se ha observado que el satélite Europa de Júpiter expulsa chorros de agua, y las naves que han explorado el sistema joviano han podido determinar que su superficie está formada por una capa de hielo de varios kilómetros de espesor, bajo la cual hay una cantidad de agua líquida mayor que la que contienen los océanos de la Tierra. Es necesario apuntar aquí que el tamaño de Europa es 64 veces menor que el de nuestro planeta.

Si hay vida extraterrestre en nuestro Sistema Solar, muchos científicos apuestan a que está en Europa, la luna helada que orbita alrededor de Júpiter. De hecho, la NASA y la ESA preparan misiones para tratar de entender mejor ese satélite. La agencia de EEUU tiene previsto enviar la misión Europa Clipper en 2024, que orbitará Júpiter aproximándose al satélite en cada pasada. Por su parte la Agencia Espacial Europea lanzará en 2023 JUICE, una sonda que estudiará Ganímedes, Calixto y Europa, además de Júpiter. Ambas misiones se complementarán para averiguar si se dan las condiciones de habitabilidad que habrían permitido la evolución de alguna forma de vida en ese satélite natural de Júpiter. 

¿Hay vida inteligente más allá?

Esa es la pregunta que encabeza este escrito y que no tiene respuesta por el momento. La ciencia ficción se ha ocupado del tema reiteradamente porque es algo que apasiona a muchos, pero la ciencia real sigue sin encontrar pruebas de su existencia. Guardo el recuerdo de mi infancia, en los años 50 del siglo pasado, de un serial radiofónico de la Cadena SER sobre las aventuras de Diego Valor que, acompañado por sus ayudantes Laffitte, Portolés y Beatriz, se enfrentaba a las fuerzas del mal (representadas por el General Sandor y Mekong) para salvar la Tierra de invasiones marcianas. Hay numerosos libros, películas, y “tebeos” que han tratado y siguen tratando el tema. Las películas Viaje a la Luna, (1902 de Méliès), y E.T., el extraterrestre (1982, Spielberg) son buenas muestras de ello. 

Como decía más arriba es extraordinariamente difícil encontrar evidencias de vida extraterrestre inteligente, que sea capaz de comunicarse por medios compatibles con los nuestros, y que proporcione así la prueba de su existencia. A pesar de las imaginativas historias que se cuentan, incluyendo platillos volantes de distintos tipos, nadie ha venido aquí hasta ahora a saludarnos. Por cierto, no he entendido aún por qué a los extraterrestres siempre se les ve venir en el mismo tipo de vehículo. ¡Alguno podía haber sido más creativo e imaginar otro medio de transporte!. Y, si son tan inteligentes como para venir de lugares tan lejanos sin despeinarse, ya podían haber inventado la teletransportación.

Así que vemos que evaluar cuál es la probabilidad de que la vida haya evolucionado hacia niveles de complejidad similares a los de La Tierra, es tarea difícil, aún no resuelta, que es objeto de líneas de investigación en universidades de todo el mundo. Más complicado aún resulta imaginar otra forma de vida evolucionada en etapas similares que, en los más de 13.000 millones de años de existencia del Universo, coincidan en el tiempo con nosotros. Basta considerar que en la Tierra hay evidencia de seres vivos de hace al menos 3.700 millones de años, pero solo hemos conseguido comunicarnos por medio de señales radioeléctricas detectables desde el exterior desde hace poco más de un siglo. Claro que, aunque no puedan comunicarse, puede haber seres “inteligentes” como las abejas, las hormigas, los perros, los delfines,... pero nada se puede hacer en ese sentido más que seguir buscando indicios de su existencia basándonos en la detección de los residuos que su metabolismo puede estar generando.

En 1961 el astrónomo estadounidense Frank Drake formuló su famosa ecuación para calcular la probabilidad de que otra civilización de nuestra galaxia pueda comunicarse con nosotros. La fórmula se basa en estimaciones hechas en función de los conocimientos del momento, y por tanto está siendo revisada frecuentemente. En ella se estima la tasa media de formación de estrellas, la fracción de las estrellas que tienen planetas, el número medio de planetas que podrían albergar vida por estrella con planetas, la fracción de los planetas que podrían albergar vida que la desarrollan, la fracción de los planetas con vida donde la vida desarrolla inteligencia, la fracción de civilizaciones inteligentes que desarrollan la comunicación, y la duración media del tiempo en que las civilizaciones pueden comunicarse. Parece evidente que el resultado será poco exacto como consecuencia de la subjetividad a que están sujetos los parámetros de entrada. En su momento los cálculos arrojaron un resultado de 0,00000003%. Parece una posibilidad mínima, pero aún así Drake fue criticado por arrojar una estimación demasiado optimista. En cualquier caso la comunicación no podría ser bidireccional ya que las señales emitidas por esa posible inteligencia tardaría en llegar a nosotros años, siglos, milenios quizá. Las señales de una civilización que se hubiera desarrollado en un planeta situado en el punto más alejado de nosotros en la galaxia serían recibidas aquí 100.000 años después de ser emitidas.

Algunas de la antenas utilizadas por el proyecto SETI

Sin embargo la ciencia no se rinde ni cede ante la dificultad. En los años 70 del siglo pasado la NASA puso en marcha la iniciativa SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence) bajo la que se generaron, y se siguen generando, numerosos proyectos de investigación, la mayor parte de ellos basados en la búsqueda de señales radioeléctricas provenientes del espacio y que pudieran haber sido emitidas por alguien con inteligencia y tecnología similares a la nuestra. Han sido muchos los proyectos que se han desarrollado bajo el paraguas de SETI, usando la más alta tecnología y las más potentes antenas de radio, pero hasta ahora no se ha obtenido ningún resultado relevante. 

Uno de esos proyectos SETI@home, lanzado por el Berkeley SETI Research Center pidió voluntarios en todo el mundo para que cedieran tiempo de sus ordenadores en casa durante los períodos en que no se usan. De esa manera se consiguió que casi 300.000 ordenadores personales participaran en un programa de computación distribuida que analizaba los datos obtenidos por grandes antenas de todo el mundo, entre ellas la de Arecibo. SETI@home se canceló en 2020 sin haber obtenido ningún resultado positivo.

En 2007 se recibió una señal de radio (FRB, Fast Radio Burst o ráfaga rápida de radio) que dio lugar a algunas especulaciones sobre su origen. Se sugirió que podían haber sido emitidas por inteligencias extraterrestres, pero se han identificado posteriormente muchas más desde distintos orígenes, y se han desarrollado instrumentos especialmente destinados a detectar y desentrañar sus secretos. Aún no se conoce con seguridad cual es el origen, pero es comúnmente aceptado que es un fenómeno físico, posíblemente generado por un magnetar, una supernova, o por el choque de estrellas de neutrones o agujeros negros. 

También se han llevado a cabo iniciativas para darnos a conocer, a pesar de las reticencias de algunos, entre ellos Stephen Hawking, que creen que es arriesgado señalar nuestra existencia a otras civilizaciones. 

 Las sondas Voyager (1976)

Con la esperanza de que alguien pueda algún día tener noticias nuestras, la NASA incluyó en las naves Pioneer 10 y 11, lanzadas en 1972, sendas placas metálicas, diseñadas por Carl Sagan, en las que estaban grabadas las figuras de un hombre y una mujer, la antena de las naves como referencia de su tamaño, un esquema del sistema solar identificando el lugar del universo del que partieron las naves, y algunos datos sobre el átomo de hidrógeno. Otras placas más complejas, y un disco con música y voces de la Tierra fue incorporado a las naves Voyager 1 y 2 en 1977. Estas últimas naves se encuentran en el espacio interestelar, fuera de la influencia del Sistema Solar desde 2012 y 2018 respectivamente. La comunicación con las Pioneer 10 y 11 se perdió en 2003 y 1995 respectivamente, pero su trayectoria las llevaba también a salir del sistema solar.

MDSCC. Estación Espacial de la NASA en Madrid

Ha habido otras iniciativas para hacer saber a los posibles habitantes de otros mundos que estamos aquí. Como ejemplo, el 5 de febrero de 2008, desde la antena de 70 m de diámetro de la NASA en Robledo de Chavela, en Madrid, se transmitió la canción Across the Universe, de los Beatles, en dirección a la Estrella Polar, a donde llegará en el año 2439. Si alguien identifica la señal y responde de alguna manera, es poco probable que estemos aquí para recibir esa respuesta en 2870, que es cuando llegaría a la Tierra. En realidad se han estado enviando señales de radio al espacio dirigidas a otras civilizaciones al menos desde la década de los 70 del siglo XX, pero aún no se ha recibido respuesta a ninguna de ellas. 

Calderón nos dijo que la vida es sueño, y creo que pensar en comunicarnos con otros seres también es un sueño. La conclusión es que estamos solos en el Universo. Y si hay otras civilizaciones en otros mundos, ellos también están solos. 

Referencias: 

- Investigación y ciencia. Vida extraterrestre. (Especial num 20)

- ¿Estamos solos?: En busca de otras vidas en el Cosmos. Carlos Briones. (Drakontos)

- Datos de distintas misiones espaciales obtenidos de los archivos públicos de las agencias espaciales NASA. y ESA.

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